martes, 22 de marzo de 2011

Llámame rara

13 de marzo de 2004.
Dos días después del atentado de Al Qaeda en Atocha, se organizan manifestaciones frente a la sede del PP en las que se ven pancartas con el lema 'Aznar, asesino' por su apoyo a la guerra de Irak.  Aún recuerdo los gritos a su entrada a Génova, la polémica de su foto con Bush, las estremecedoras imágenes que la televisión se empeñó en mostrarnos día tras día por si acaso nos habíamos recuperado del susto.

 Pero lo que me ha venido a la memoria hoy especialmente ha sido el señor Zapatero cuando, en medio del caos, se creció cual salvador del pueblo y aseguró entre vítores que era firme defensor del 'no a la guerra', que si le votábamos retiraría inmediatamente las tropas españolas de Irak y todos viviríamos felices para siempre. Qué gracia, oye, verle hoy en el congreso intentando vendernos la 'guerra humanitaria' en Libia.

¿Qué es exactamente eso de la guerra humanitaria? Yo no llamaría así a bombardear una ciudad, que quieres que te diga. El señor presidente ha demostrado en esta última jugada no sólo ratificar su ya conocidísima limitación para ejercer la política sino una firme creencia de que los españoles somos tontos también, qué pasada.
Pretende que nos creamos que lleva bombarderos a Libia para liberar al pueblo, porque tiene un montón de amigos allí y no quiere que Gadafi se los cargue a los pobrecillos. Por supuesto no tiene ningún tipo de interés económico, el alijo de gas natural y petróleo por el que Gadafi se resiste cual gato panza arriba a largarse para nuestro presidente no tiene interés alguno y,obviamente, en cuanto su colega el dictador entre en razón y deje de masacrar a su pueblo le dejarán que gobierne tranquilamente como si nada hubiera pasado.

La verdad, no me sorprende nada que Zapatero en serio piense que alguien iba a creerse eso. Lo que me parece rastrero, inmoral y de un increíble afán de autodestrucción política es que, habiendo vendido el 'no incondicional a la guerra' para llegar hasta donde está tenga los.. de estar, siete años más tarde, haciendo justo lo contrario. Llámame rara.

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